Portada del libro "Malasaña" de Carlos Osorio. Colección Barrio de Madrid de la Editorial Temporae. La foto está tomada en las fiestas de San Isidro en la calle del Pez. Años 50. |
Hoy se ha presentado al público y a los medios de
comunicación la nueva publicación de
Carlos Osorio dedicada al barrio de Malasaña. Nadie como él para ejercer
como cronista del céntrico barrio de Madrid que unos llaman Maravillas, otros
Universidad y, los más, con el nombre de la heroína del dos de mayo de 1808.
Un trabajo de muchos años de recopilación de materiales, de procesar
pacientemente noticias y recuerdos vecinales, en muchas ocasiones desde el blog del autor Caminando
por Madrid y de investigar en hemerotecas y fondos documentales, han venido
a propiciar la gestación de “Malasaña”. Editado
por Temporae se suma así a las colecciones de libros de temática
madrileñista del grupo editorial La Librería y, por supuesto, a la propia
nómina de libros del mismo
autor, que ya son referencia imprescindible de todos aquellos que
pretendemos conocer las entretelas de nuestra ciudad.
Las notas que vienen a continuación tienen como fuente de
inspiración el propio libro, que ya está desde esta misma semana en las
librerías, y son un pálido reflejo de los textos, fotografías e ilustraciones
que se presentan en el mismo. Pretenden ser una invitación para que usted,
lector de este blog dedicado al vecino barrio de Chamberí, repare en la rica
historia de las calles que forman el recorrido de nuestros pasos cuando nos
dirigimos al centro histórico de Madrid y se anime a comprar el libro de
nuestro amigo Osorio. Amigo con el que comparto parentescos lejanos, una visión
parecida sobre nuestra sociedad e historia y, no menos importante, un paisaje común
de descanso estival, en las viejas regiones de la Mariña de Lugo, él con la
mirada y los pasos desde el occidente de la comarca y yo desde el oriente.
Quevedo, desde la atalaya de su glorieta, señala con la
mano, su mano de espadachín y poeta, el camino que lleva a los vecinos de Chamberí
hacia el centro de la ciudad. Hacía las abigarradas calles que desde Sol bajan
a palacio o hacia los desfiladeros que caen al rio Manzanares o, inclinándose
al levante, te conducen por aquellas callejas, figones y corralas en las que poetas
y perdularios combatían por el amor de las damas o por el éxito de sus comedias.
Si sigues la estela marcada por el señor de la Torre de Juan
Abad te verás obligado a transitar por lo que en los tiempos del poeta eran fincas
de recreo, conventos, iglesias y palacios. Por San Bernardo caminaría Quevedo
para negociar discursos, aleccionar novicias o encargar capas de buen paño de Béjar.
Hoy, al igual que en tiempos del gran escritor, los vecinos
de Chamberí transitaremos por la Corredera, por Fuencarral o San Bernardo y
encontraremos las huellas de cuatro siglos de la historia de Madrid. Historias
de conventos y de iglesias. De los arquitectos, artistas y artesanos
procedentes de toda Europa que se establecieron en los barrios actuales de Maravillas,
Conde Duque, Universidad u Hospicio al servicio de aquella inmensa máquina de
gasto suntuario. De aquellos caserones serios, duros y solemnemente sencillos
por fuera que albergaban en su interior salones, capillas y claustros de una
riqueza oculta. Calles en las que al caer la noche los señores de palacio se
acercaban a practicar sus mejores juegos cortesanos detrás de los tornos
conventuales. Historias románticas como los amores de Felipe IV y doña
Margarita de la Cruz en San Plácido.
El mismo barrio que pasado el siglo de Oro se llena de
palacios de la media nobleza y que empieza a dar vida y trabajo a un tropel de gentes
de oficios tan variados como para dar lustre a las cocinas y a las caballerizas
de los señores o que en las cercanías de los mismos les resuelven sus demandas
de ropa, de calzado o de víveres.
Pasa el tiempo y los caserones nobles envejecen y los
conventos sufren las agresiones de nuevas políticas borbónicas menos amigas que
los Austrias del gori gori. Más cultos y empelucados, los borbones son independientes
del poder de Roma y bien que lo demuestran poniendo en la frontera a ciertas
órdenes religiosas o más tarde propiciando la desamortización. Aquellos
artesanos de la época borbónica se
vinculan a nuevas formas de entender la vida. Ya no son solo servidores de los
señores de iglesia. Se constituyen en casta abierta, en autónomos de los
oficios, de las artesanías urbanas. Son los majos de Madrid. El barrio, los
barrios de lo que luego llamaríamos Malasaña cambian su paisaje. También llegan
al calor de la corte de la flor de lis otro tipo de nuevos servidores. Músicos
extranjeros, como Boccherini, que viven a medias de la nobleza, de la realeza y
de las capillas eclesiales.
En estas, y por el mismo camino del norte que en su día nos
trajo a los Borbones, llegan las tropas de Napoleón y en un mes de Mayo de 1808
los majos y majas de las barriadas más al norte de la ciudad se apalancan en
torno al cuartel de artillería de Monteleón y en jornadas memorables ofrecen un
tributo de cariño a una dinastía real que no ha hecho otra cosa que
traicionarles. El sacrificio de Clara del Rey, de Manolita Malasaña y de tantos
otros humildes hijos del pueblo será un gesto lleno de emoción y cargado de
significado. Quedará en la historia de nuestro pueblo. Los héroes de Mayo.
Creación de la plaza del Dos de Mayo en 1868. |
Entre solares derruidos, ruinas de conventos y palacios
medio abandonados, el siglo XIX llena el barrio de casas de vecinos, de
corralas. Allí se establecen, al tiempo que las autoridades de Madrid deciden
abrir las murallas de ronda, colegios, hospitales y nuevos equipamientos como
la traída de aguas y la Universidad Central. Los viejos artesanos se
especializan en oficios con más demanda: carpinteros, ebanistas, plateros, encuadernadores,
impresores, etc. Nuevas clases medias galdosianas ocupan los viejos palacios
que se han convertido en casas de vecindad o se inventan nuevos edificios de
viviendas. Profesores, artistas, siempre los artistas, llenan los días y las
noches del barrio. Las calles se iluminan con las farolas de gas. El agua llega
a las casas. El nuevo clima civil y religioso cambia y las heridas urbanísticas
se van cerrando poco a poco.
Esa mezcla de barrio de artistas y artesanos se completa y
enriquece con el paso de miles de estudiantes. Las calles se llenan de
pensiones. Doña Emilia Pardo llena sus salones de la Calle de San Bernardo con
pensadores, científicos y periodistas. La corredera de San Pablo es como una
arteria vital con sus mercados al aire libre. Entramos en la era tan bien
retratada por Rosa Chacel y antes por Galdós. El barrio de Maravillas se
convierte en un escenario de rica vida urbana. Los años de la construcción de
la Gran Vía tienen un efecto revitalizador y al tiempo, paradójicamente, aislante.
El barrio se acantona. Compra en los Mostenses. Se vuelca hacia la Glorieta de
Bilbao y hacia la Ancha de San Bernardo. Busca su expansión hacia el norte y
llega a urbanizar los cementerios del campo de las Calaveras. Parece como si el
barrio quisiera romper sus costuras.
Mercado al aire libre de la Corredera de San Pablo |
La guerra civil trae un enorme sufrimiento. Su cercanía al
frente hace posible que el caserío sufra enormes castigos. En el sacrificio y
formando parte del paquete, ¿un error?, el viejo palacio de Liria del duquesado
de Alba es destruido. La posguerra, los años del estraperlo, le quitan mucho
vigor a los barrios. La Universidad se va a Moncloa. El hospital de la
Princesa, encerrado en una malla urbana que imposibilita su desarrollo y
modernización, se muda. Los vecinos envejecen. Pero llega el último milagro,
los jóvenes, los artistas vuelven a llenar las noches. Es la Movida. Son los
años de las fiestas populares en los que la estatua de Daoiz y Velarde se
convierte en un tendedero de cuerpos desnudos y jóvenes. Y los garitos
nocturnos en lugar de peregrinaje de todo Madrid. Con la noche llega la droga,
el tráfico. Nuevos oportunistas compran a precio de saldo viejos caserones y
expulsan a unos vecinos empobrecidos, ancianos y humillados por esa ola de
ruidos nocturnos. En el barrio ya no nacen niños y los pequeños parques urbanos
son desiertos cubiertos de jeringuillas. Son años de plomo y coincide con los
años en los que se impone Malasaña como nombre identificativo. Tienen que pasar
algunas décadas para que la movida se serene. Para que el barrio de alojamiento
a nuevas poblaciones de jóvenes profesionales. Para que se instalen empresas de
servicios. Agencias de publicidad, escuelas de arte. Se recuperan algunos
equipamientos. Las casas se remozan y como una mancha de aceite nuevos negocios
de diseño vienen a sustituir a los viejos comercios cansados, aburridos de ver
como sus públicos de siempre desaparecen.
Imagen icónica de la movida madrileña. Fiestas del 2 de Mayo a finales de los 70 o principios de los 80 |
Y en esas estamos. Cientos de ciclistas, gimnasios y tiendas
de moda. Nuevas ofertas gastronómicas y hosteleras. Diseño de vanguardia.
Modistos. Los yonquis y el puterio parecen de retirada. Eso dicen. Pero siempre
Malasaña.
Felicidades a Carlos Osorio por ofrecernos
tanto de su tiempo y de su talento.
NOTAS SOBRE EL LIBRO FACILITADAS POR EL AUTOR |
Gracias por semejante prólogo, Ángel. Los de aquí siempre miramos hacia Chamberí para no perder el norte.
ResponderEliminarLa imagen de las dos personas subidas en la Estatua de Daoiz y velarde,es de las fiestas de Malasaña de 1977,al final se cayeron y se hubo dos noches de graves disturbios con la Policía armada en la plaza del dos de Mayo y alrededores
ResponderEliminar