Vivir en la cabeza del
pulpo
Un cuento de Antonio Báez Rodríguez
Me gusta venir a Madrid al menos una vez al año. A veces lo
hago en verano (mejor dicho, lo hacemos, viajo con toda mi familia, más
adelante te lo explicaré con detalles). A veces a finales del invierno para ver
la aguanieve (si tenemos suerte). Vengo a Madrid e invariablemente fantaseo con
quedarme aquí de forma definitiva. En ese caso le tendría que explicar la
decisión a mi familia. Tengo una frase que con los años he ido afilando hasta
este punto:
-Os quiero de todo corazón, pero me quedo a vivir aquí, en
cualquier parque, pronto llegará la primavera y ya estoy deseando que vengáis a
visitarme el año que viene.
Mi lugar preferido es la plaza de Olavide. Creo que allí
sería muy feliz. Siempre veo en ella a un grupo o dos de desocupados que beben
cerveza desde bien temprano. Beben y cuentan historietas divertidas. Es una
plaza circular de la que salen ocho calles como si fuesen los tentáculos de un
pulpo. Así que se puede decir que mi sueño es mudarme de la camioneta en la que
vivo en una amable ciudad del sur, donde vivir en una camioneta ya es una originalidad, a la cabeza del
cefalópodo Olavide. Mi mujer es comprensiva y tolerante y creo que entendería
bien mi ocurrencia de abandonarlas. De hecho la encontré a ella y a mis hijas
mientras daba un paseo. Había salido a fumar y sin saber cómo, abstraído en mis
cosas, me subí a la camioneta y me recibieron como al hombre de sus vidas. Yo
ya tenía una vida previa que dejé atrás. Entre nosotros se estableció
tácitamente un acuerdo. Cuando alguien pregunta cómo nos conocimos recurrimos a
una explicación más prosaica: en el instituto. De las tres niñas la más
parecida a mí es la pequeña. Por genio y por físico: mis ojos y mi mismo pelo
rizado. Mi mujer es artista callejera y las niñas estudian ingeniería: no sé,
quieren construir puentes y viaductos. Cuando venimos a Madrid me obligan a
salir de la autovía para observar algunos tramos levadizos. Todos suspiramos
ante la magnificencia de tales obras. Yo no trabajo mucho, así que apenas
consigo ingresos que aportar a la economía doméstica. Por ese motivo no nos
podemos permitir otra cosa que una camioneta en un camping. Gracias a las
pantomimas de mi mujer comemos, nos vestimos y las niñas estudian (porque
también ellas consiguen ingresos).
Una vez al año venimos a Madrid con la sana intención de que
sus habitantes nos confundan, quiero decir, que nos tomen por quienes no somos.
En cierta ocasión un individuo quiso saber si yo era un conocido paleontólogo
de visita en el Museo del Prado, otra vez una chica abordó a mi mujer por la
calle y le pidió un autógrafo pensando que se trataba de una famosa actriz
televisiva. Nos divierte lo que hacemos. Si yo viviese en la cabeza del pulpo
Olavide les contaría a mis compinches de sol y cerveza fría que también, como
ellos, he dejado atrás una familia: una mujer preciosa y tres niñas que son la
luz que me guía en este mundo. Quizás el año que viene me decida, cuando la
frase anunciadora esté tan destilada dentro de mí que resulte irrevocable y esencial.
Entretanto seguiremos disfrutando de nuestra compañía, de los momentos de
felicidad que nos proporcionan nuestras hijas, de esas dulces mañanas sin
obligaciones que nos imponemos cada dos por tres y de los sueños que nos
embargan, algunos de ellos tan difíciles de comunicar. Algún día, lo sé, ellas
se desvanecerán en mi mente y yo me evaporaré de las suyas. Habrá personas a
las que eso les parezca terrible, pero te aseguro que no a nosotros. Es desde
ya un consuelo muy dulce, como todo lo que para entonces nos haya sucedido.
Antonio Báez Rodríguez, es autor del cuento Vivir en la cabeza del pulpo. Profesor de Instituto en Málaga su ciudad natal. Es escritor con varios libros publicados y múltiples colaboraciones en prensa y medios de comunicación. Puedes seguir su actividad literaria a través de su blog Cuentosdebarro.
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