14 de diciembre de 2013

Rafael de la Concepción. El arte olvidado de la marquetería

Chamberí. Pintura de Rafael de la Concepción. La escena representa la calle de Santa Engracia en un atardecer desde Luchana hasta la calle Santa Feliciana.



Rafael de la Concepción es un personaje poco amigo de los escaparates y de la promoción. Es un artista enamorado de su trabajo y de los ritos que la creación conlleva. Aunque ha desarrollado una carrera exitosa con exposiciones en muchos países y cuya obra figura en colecciones particulares y museos, el sigue prefiriendo el trato directo con sus clientes y huye de ser representado por galeristas y marchantes. Eso ha hecho que su nombre no luzca demasiado en los mass media y en las revistas de arte.

Formado como escultor en Bellas Artes de San Fernando su obra ha girado permanentemente hacia el descubrimiento de técnicas y de formas expresivas realistas pero sin despreciar la experimentación de vanguardia cuando ello convenía.

Muy influido por la devoción a su padre, uno de los artesanos mas brillantes de la marquetería española, ha rendido culto a esa vieja técnica. El juego de los colores, las texturas y las formas que puede adoptar la chapa de madera se convierte para Rafael en un sutil juego de memoria, de creatividad y de capacidad artesana.

Memoria para reconocer la gama de chapas de madera, muchas de ellas centenarias, que ha ido adquiriendo a lo largo de toda una vida. Más de cien especies distintas de madera cortadas en finas láminas componen su colección de materias primas vitales para el arte. Desde las mas sencillas y accesibles como el cerezo, el roble o el limoncillo hasta las especies mas exóticas como el palosanto de Rio, el ébano de Macasar o de Gabón. Recordar sus texturas, sus precisos colores y la variedad de las vetas y hacer este ejercicio de memoria constituye todo un proceso de lucha constante a favor de la obra que en cada momento desarrolle. A veces le convendrá un uso plano de la materia. En otras ideará un volumen inventado, una geometría del espacio y de la forma. Pero siempre al servicio del proyecto.

Descanso del deportista, detalle. Obra en marquetería.


Creatividad en los temas a ensayar. Paisaje, retrato, bodegón. Eso es lo de menos. Rafael es un observador de la naturaleza y un verdadero obseso de la fugacidad de la luz. Cuando la madera no es suficiente para que la obra de arte fructifique no duda en utilizar la pintura y otras formas plásticas. El uso de  técnicas mixtas le ha educado en el respeto a todas y cada una de ellas. Es por lo tanto un pintor consumado, un tallista de gran oficio y un maestro de la marquetería.

No son obras sencillas de acabado. Las técnicas que emplea, entre las cuales además de la marquetería merece la pena destacar la pintura sobre hule con tintas serigráficas, exigen una enorme precisión y un proceso de manufactura altamente artesanal. El silencio de su estudio, las horas esperando el resultado de un prensado, le convierten en un artista de la vieja escuela, con esa paciencia oriental que forjaba el espíritu de los artistas medievales y renacentistas.

Rafael es vecino de Chamberí desde hace muchos años. Vive y tiene su estudio en su casa de Santa Engracia y desde sus balcones se permite el lujo pagano de contemplar los atardeceres de nuestra ciudad. Cree que las circunstancias de la vida le llevarán a trasladar su residencia fuera de Madrid. Sería una perdida para nuestro distrito. Dedica parte de su tiempo a transmitir los viejos secretos del arte de la marquetería a amigos que le visitan para observar como trabaja.

Rafael de la Concepción


Creo que toca ya que los vecinos de Chamberí le demostremos nuestro cariño. Hago un llamamiento a coleccionistas, amigos del arte e inversores para comprar obras suyas que tiene a la venta a través de su página web.

6 de diciembre de 2013

Un olvidado vecino de la glorieta de Quevedo. Don Julio Cejador


Tiene que tener uno muy buena vista para alcanzar a ver- misteriosamente la placa está a la altura de la 3ª planta, y a leer, una pequeña placa de marmol colocada, posiblemente en los años 30, en la Glorieta de Quevedo número 8. En la esquina con la acera de los impares de Bravo Murillo. En una preciosa casa de estilo modernista que ya tiene sus años y que se conserva airosa y elegante en un espacio como el de Quevedo muy dañado por el paso del tiempo.

Era este Julio Cejador un erudito aragonés que levantaba pasiones en los primeros compases del siglo XX. Jesuita durante su juventud, estudió lenguas antiguas en Oriente y como filólogo mantenía tesis revolucionarias en la época tales como que el idioma vasco era la continuación de la vieja lengua ibérica. Odiado por otros filólogos conteporáneos como Astrana Marín el caso es que su teoría apenas tuvo seguidores en su momento y menos ahora por lo que parece.

Nuestro vecino, fallecido en 1927, también mantuvo actividad como creador literario pero con escaso éxito. Parece que escribió un libro de memorias pero no logro encontrar referencias al mismo.